jueves, 2 de agosto de 2018

Escrito 12/03/2017



12/Marzo/2017

Para quién lea esto. Independientemente de si tienes o no ansiedad, si te has sentido así alguna vez. Tal vez puedas comprenderme. Tal vez no.
Desde que era una adolescente he estado cargando con varios pesos sobre mis hombros. Entonces creía que era mi deber hacer que los demás no notaran mi tristeza, mi dolor. Me avergonzaba de ello. Ocultaba mis sentimientos, fingía que no sucedía nada.
Tal vez porque pensaba que si decía en voz alta que no pasaba nada, yo misma me haría creer que era así, cuando por dentro, estaba sufriendo, llorando.
Hoy me siento débil, cansada de luchar por mi tranquilidad. Todo este recorrido me ha llevado a comprender que las emociones cuentan, y participan enormemente en la salud.
Me di cuenta de que muchas de las enfermedades que yo adquirí a lo largo de este viaje, fueron causadas por la manera en que mis emociones me hacían reaccionar ante ellas. Y la principal causante, fue la ansiedad.
Descubrí que es un monstruo implacable, insaciable. Y a la vez, incontrolable. Puede llevarte a los lugares más oscuros. Te puede atormentar incansablemente.
Estuve en una lucha constante contra él. Provocándome diversas enfermedades, las cuales me obligaban a recurrir a tratamientos que me debilitaban cada vez más, y que, debido a ellos, surgían otras enfermedades más. Y el ciclo volvía a comenzar. Se repetía una y otra vez.
La ansiedad es un ciclo. Un círculo vicioso del que es difícil salir.
Tiene la capacidad de convertirse en lo que sea. Ser lo que sea. Y hablar a través de esos dolores de cabeza, de esas molestias en el cuerpo. Puede hablarme, incluso, a través de pesadillas.
Hace lo posible por comunicarse, indicarme que en mi cuerpo existe una revolución, una incomodidad. Y que es mi decisión si la escucho o no.
Resistí mucho tiempo, creyendo, pensando, que no me sucedía. Que todo estaba bien. Que tal vez, yo era quién imaginaba todo eso. Mientras que mi dolor seguía creciendo. Y yo…ignorando.
Los seres humanos le tememos al dolor de una manera inimaginable, y tenemos la creencia de que si lo sufrimos, será eterno. Creemos que el dolor es signo de debilidad, de impotencia, de incapacidad.
Pero, lo cierto es que, el dolor, sin duda, nos hace más fuertes. Más resistentes, más capaces. Nos hace conocernos a nosotros mismos. Nos ayuda a descubrir hasta donde podemos llegar.
Pero hay algo de lo que no logro escapar, por más que lo intente, siempre está presente, a donde quiera que vaya, lo que haga, me persigue como mi monstruo personal. El cual me tortura constantemente, un monstruo que no puedo ver, pero sí sentir, que ronda en mi mente, buscando un sitio donde atacar.
Ahora me cuestiono mucho más, hablo menos… ¿Dónde?, ¿Por qué?, ¿Cuándo?, ¿De qué?, ¿Cómo?
Preguntas, preguntas y más preguntas rondan en mi cabeza. Preguntas que no tienen sentido alguno, ni tampoco respuesta. Hay cosas que no entiendo, y otras que no quiero entender.
Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que estoy luchando contra mí misma, una guerra sin fin, porque, ¿cómo puedes luchar contra algo que es parte de ti y a la vez, que poco a poco se torna desconocido?
Hace unos años, me preguntaba, ¿Qué era lo que yo buscaba? ¿Por qué sentía ese vacío? Ahora lo sé, me busco a mí misma. Porque, honestamente, no logro encontrarme, y lo peor es que, no sé en qué momento me perdí.
Ahora, solo vivo con miedo, es lo único constante en mi vida, es lo que me controla, me atormenta, me hunde. Me impide avanzar, a veces, incluso respirar tranquilamente. Puedo afirmar, que en la actualidad, el miedo es mi mayor enemigo.
Ya me he cansado, ya no quiero vivir así, deseo romper ese ciclo, ser una persona libre de miedo, de inseguridad, de ansiedad. Deseo no pensar las cosas una y otra vez, deseo observarme en el espejo y decir “esa es la persona que he estado buscando todo este tiempo”.

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