12/Marzo/2017
Para
quién lea esto. Independientemente de si tienes o no ansiedad, si te has
sentido así alguna vez. Tal vez puedas comprenderme. Tal vez no.
Desde
que era una adolescente he estado cargando con varios pesos sobre mis hombros.
Entonces creía que era mi deber hacer que los demás no notaran mi tristeza, mi
dolor. Me avergonzaba de ello. Ocultaba mis sentimientos, fingía que no sucedía
nada.
Tal
vez porque pensaba que si decía en voz alta que no pasaba nada, yo misma me
haría creer que era así, cuando por dentro, estaba sufriendo, llorando.
Hoy
me siento débil, cansada de luchar por mi tranquilidad. Todo este recorrido me
ha llevado a comprender que las emociones cuentan, y participan enormemente en
la salud.
Me
di cuenta de que muchas de las enfermedades que yo adquirí a lo largo de este
viaje, fueron causadas por la manera en que mis emociones me hacían reaccionar
ante ellas. Y la principal causante, fue la ansiedad.
Descubrí
que es un monstruo implacable, insaciable. Y a la vez, incontrolable. Puede
llevarte a los lugares más oscuros. Te puede atormentar incansablemente.
Estuve
en una lucha constante contra él. Provocándome diversas enfermedades, las
cuales me obligaban a recurrir a tratamientos que me debilitaban cada vez más,
y que, debido a ellos, surgían otras enfermedades más. Y el ciclo volvía a
comenzar. Se repetía una y otra vez.
La
ansiedad es un ciclo. Un círculo vicioso del que es difícil salir.
Tiene
la capacidad de convertirse en lo que sea. Ser lo que sea. Y hablar a través de
esos dolores de cabeza, de esas molestias en el cuerpo. Puede hablarme,
incluso, a través de pesadillas.
Hace
lo posible por comunicarse, indicarme que en mi cuerpo existe una revolución, una
incomodidad. Y que es mi decisión si la escucho o no.
Resistí
mucho tiempo, creyendo, pensando, que no me sucedía. Que todo estaba bien. Que
tal vez, yo era quién imaginaba todo eso. Mientras que mi dolor seguía
creciendo. Y yo…ignorando.
Los
seres humanos le tememos al dolor de una manera inimaginable, y tenemos la
creencia de que si lo sufrimos, será eterno. Creemos que el dolor es signo de
debilidad, de impotencia, de incapacidad.
Pero,
lo cierto es que, el dolor, sin duda, nos hace más fuertes. Más resistentes,
más capaces. Nos hace conocernos a nosotros mismos. Nos ayuda a descubrir hasta
donde podemos llegar.
Pero
hay algo de lo que no logro escapar, por más que lo intente, siempre está
presente, a donde quiera que vaya, lo que haga, me persigue como mi monstruo
personal. El cual me tortura constantemente, un monstruo que no puedo ver, pero
sí sentir, que ronda en mi mente, buscando un sitio donde atacar.
Ahora me cuestiono mucho más, hablo menos… ¿Dónde?, ¿Por qué?,
¿Cuándo?, ¿De qué?, ¿Cómo?
Preguntas, preguntas y más preguntas rondan en mi cabeza.
Preguntas que no tienen sentido alguno, ni tampoco respuesta. Hay cosas que no
entiendo, y otras que no quiero entender.
Con
el tiempo, he llegado a la conclusión de que estoy luchando contra mí misma,
una guerra sin fin, porque, ¿cómo puedes luchar contra algo que es parte de ti
y a la vez, que poco a poco se torna desconocido?
Hace
unos años, me preguntaba, ¿Qué era lo que yo buscaba? ¿Por qué sentía ese
vacío? Ahora lo sé, me busco a mí misma. Porque, honestamente, no logro
encontrarme, y lo peor es que, no sé en qué momento me perdí.
Ahora,
solo vivo con miedo, es lo único constante en mi vida, es lo que me controla,
me atormenta, me hunde. Me impide avanzar, a veces, incluso respirar tranquilamente.
Puedo afirmar, que en la actualidad, el miedo es mi mayor enemigo.
Ya
me he cansado, ya no quiero vivir así, deseo romper ese ciclo, ser una persona
libre de miedo, de inseguridad, de ansiedad. Deseo no pensar las cosas una y
otra vez, deseo observarme en el espejo y decir “esa es la persona que he
estado buscando todo este tiempo”.
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